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viernes, 24 de julio de 2009

Ilusión

Mañana blanca de ese domingo de invierno. Húmeda, callada, nostálgica, fría, tétrica, solitaria, hermosa.
Nunca pensé que esto me pasaría a mí, siendo que siempre mantengo mi cordura intacta. Nunca me atreví a pensar en las cosas más allá de lo que uno imagina. Esas cosas que te hacen fantasear, en un pequeño mundo, una pequeña burbuja. ¡Me pareció siempre absurdo!
Hasta que la ví.
Simplemente era la perfección. Parecía mentira lo que veía. Nunca creí, y todavía lo hago, que me pasaría esto justamente a mí. Pero la felicidad cayó tan repentina como mis pensamientos.
No encuentro hasta ahora las palabras indicadas o suficientes para decir lo que siento por ella cuando la veo, lo hermosa, lo perfecta que es.
Es tan espiritual, que nisiquiera siento mi cuerpo cuando la veo, me adormezco físicamente y mi mente vuela lejos de dónde realmente me encuentro. Olvido todo, hasta mi nombre.
Cada mañana me levantaba y la veía, sus ojos profundamente inolvidables se clavan en mí como una estaca en el corazón, y siento que me derrito.
Su cabello, es inolvidable. Brillante, hermoso, negro y lasio. Parecía que no se dañaba con nada, ya que siempre lo tenía igual de perfecto, como si una niña la peinara todos los días cuidadosamente con un cepillo de plata, celandola hasta el fin.
Su blanca piel contrastaba con los nublados días de invierno. Y de vez en cuando su gesto cambiaba repentinamente con una leve sonrisa. Y pestañeaba con sus pestañas largas y arqueadas. Todas las mañanas pasaba por mi casa. Y yo, desde el balcón, me moría en vida.
Y cuando desaparecía de mi vista; reaccionaba. Me sorprendía a mí mismo. Me enamoré y nunca hable con ella.

Pero sí soñé.

Apenas desperté, no me atrevía a mirarla, sino que me senté y en un viejo cuaderno encontré un bolígrafo y comencé a escribir:

"Estábamos sentados en un escalón del pórtico de una vieja mansión, cuyo nombre se encontraba arriba de la puerta pero no me interesaba leer.
Era de noche, la luna nos iluminaba como nunca, y las estrellas la acompañaban con su luz colectiva.
Nos miramos el uno al otro. Se escuchaban nuestras respiraciones. Ella suspiró y miro con sus enormes ojos rodeados de pestañas al cielo. Su oscura boca sonrió. Disfrutaba ese panorama. Luego me miró, y sin más que esperar la besé. Fué corto, pero emocionante.
Cuando la solté, volvió a sonreir y timidamente miró hacia abajo mientras su prolijo cabello la cubría como una cortina.
"No soy normal, no puedo hacerte esto" me dijo con voz quebradiza. Aunque su voz era armoniosa.
Y yo, no contesté, simplemente la contemplaba. Hasta que soltó una lágrima espesa y brillante. Ahí fué cuando reaccioné.
Toque su pecho, y estaba frío. Su corazón no latía. Me miro a los ojos y me dijo: "Nunca lo hizo." Como si lo hubiese dicho en voz alta.
Me sorprendí. Pero solo pregunte: "¿Cómo es posible?"
"No lo es." Me contestó. "La vida nos juega duro, soy como una ilusión. Pero te amo, como una criatura real."
Mi corazón estalló. La comprendí y asentí con la cabeza. Toqué su carita de porcelana y le dije suavemente "Yo también".
Me besó. Y ahí me di cuenta que un hermoso vestido florecía en su cuerpo. Se fué a las estrellas, su cabello tan perfecto brillaba más que la luna. Cerré los ojos, suspiré profundo. Y desperté"

Arranqué la hoja del cuaderno y la arrimé al pecho.
Ya habían pasado diez minutos desde que comencé y ya había pasado el momento en que ella aparecía. Pero, de forma inconsciente, sabiendo que no estaría allí, me asomé igual.
Y allí estaba. Esperando en la calle justo en frente de mi balcón, mirándome. Seria, intensa. Como siempre, nadie más había en la calle excepto ella.
Me sorprendí indisimuladamente, y me hizo un gesto como avisandome que lanzara el trozo de hoja que escribí, porque lo tenía en la mano. Lo lanzé, y fué pacientemente a recojerlo del suelo con toda delicadeza. Lo miró por nueve segundos y me guiñó un ojo. Sonrió con un poco de entusiasmo y se fué satisfecha.
Sentí un escalofrío y me sentí feliz. Nunca hablé con ella realmente, pero la amo. Una ilusión perfecta. Ese fué el último día de invierno.

Nunca más la ví, pero sueño con ella todos los días. Y todas las mañanas escribo el sueño en mi cuaderno. La conozco de a poco, y nunca tuve sueños tan reales.
Esta mañana de primavera, desperté con un brillante cabello negro, con un perfume indiscutible.
Lo guardé en el cuaderno, y el cuarto se perfumó por completo.

A veces la vida nos juega duro, pero tiene sus recompensas.

Espero que el próximo invierno, vuelva a aparecer. Tal vez me atreva a hablarle.


Fin.

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