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miércoles, 22 de julio de 2009

La niña en el puente.







"...Mundo cruel, mundo cruel..." Murmuraba la pequeña niña parada sobre el puente.

Un abismo de terrible dolor invadió su cuerpecillo. Temblaba del frío, pero nisiquiera lo sentía. Lloraba, tanto que sus labios se llenaron de su propia agua salada. No tenía esperanzas para nada más. Ya sintió su última alegría en un momento que ya no recuerda, y sus manitas cubiertas de preciosos guantes de seda blanca y furia contra todo y todos, sujetaban su delicado vestidito azul, mientras se le volaba su sombrerito de exquisita selección que se escapó de sus perfectos bucles dorados.

Cerró los ojos fuertemente como si sus pestañas se estuvieran cosiendo a sí mismas.

Pero no se lanzó al vacío. Sino que se arrodilló gastando sus medias blancas contra el suelo húmedo y áspero. Y miró fijamente el suelo como si éste lo estuviera hipnotizando.

Nadie gritaba su nombre; nadie estaba preocupado por ella. Se vistió para la ocación. Se perfumó, se peinó ella sola. Dejó, al costado del puente, una bolsa de terciopelo, que contenía libros gordos, que ella aprendió a leer. Se crió en soledad, lloró sin razones, pero con una razón. Su sangre era fría, su vida era antipática, y patética. La Luna era su unica amiga, porque redonda y brillante, parecía que la iluminaba mientras velaba su sueño. Pero eso ya no le importaba.

Tocaba el piano. Sonatas de Bethoveen. Apasionada por el arte, perdida de su época, hija de la nada. Nunca fué víctima del cariño, por lo menos aunque lo recuerde. Nunca escuchó una voz respetuosa, sino que escucho una voz, mas bien tenebrosa. Amenazas, torturas, miedos.

Y hermosos vestidos, bajo una piel lastimada.


...Recuerdos, recuerdos...


Y en una dulce ceremonia, la niña en el puente, miro la luminosa Luna una vez más y, como si renaciera, su ultima lágrima se volvió plateada, y sacando una enorme rosa aterciopelada y roja de su carterita, que olió antes de escapar, la mostró al cielo, la volvió a oler, y diciendo "Estaré mejor" casi susurrando, se tiró del iluminado puente por la luna, de espalda y como una tabla, hacia el oscuro abismo, con una leve sonrisa de placer y los ojos cerrados, como si estuviese dormida, arropada por su única amiga.

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